Los días de Independencia Patria en Guatemala son los más detestables del mundo, los más hipócritas (alguna vez lo he dicho), los más carentes de sentido real. ¿Cuál independencia? Miles de niños gritando “Guatemala, Guatemala”, sin pensar por qué, confiando en el discurso archi-masticado a lo largo de los años, formando desde pequeños lindos soldaditos que defenderán la “soberanía”, entregando sus vidas, deshumanizándose para defender un pedazo de tierra que a lo mejor y ni es suyo, a lo mejor nunca pensaron (o nunca quisieron pensar) que es el azar el único que nos mantiene atados a esta parcial verdad, que el hecho de nacer en un país o en otro responde a razones mucho más incomprensibles que un par de coordenadas.

O, sino, ser simples personas acomodadas al sistema rutinario de masas aglutinantes que todos los días van a trabajar a muy tempranas horas (algunos en la tarde o en la noche, pero un traslado de horarios mentales bastará), se aburren, lo detestan, quieren renunciar y no pueden, almuerzan rápidamente, algunos se toman todavía 10 minutos para para fumarse un cigarro, regresan al trabajo, lo siguen odiando, lo detestan más, ruegan al señor o a Cthulhu, y llegada la hora de salida solo quieren llegar a la casa a descansar, ver alguna película porno o pasar tiempo “de calidad” (que obviamente pierde todo el sentido de calidad después de pasar 8, 9 o 10 horas encerrado en el infierno) con la familia. Dormir lo más que pueda, y despertarse al otro día para volver a hacer lo mismo de todos los días.

¡Qué linda soberanía la que nos hemos ganado!

Por eso es que esta festividad me parece estúpida y ridícula. Carente de sentido. El día en que logremos derrotar los muros que nos separan a unos de otros y comprendamos que las personas también son espejos y los espejos son para reflejarse, para reflejar nuestra alma, nuestra esencia, el día en que el amor por fin venza entre nosotros y podamos caminar juntos todos tomados de las manos hacía la evolución de una especie que supo superar sus diferencias.